Zoonosis. Como el cambio climático acelera las enfermedades

 


El cambio climático desata un ejército de enfermedades animales que amenaza a la humanidad 

Fecha de Publicación
: 02/09/2025
Fuente: Primera Edición
Provincia/Región: Nacional


Una nueva y ominosa frontera se está abriendo en la crisis climática, una que no se mide en grados centígrados ni en el nivel del mar, sino en la propagación de virus, bacterias y parásitos. Las enfermedades que antes estaban contenidas en ecosistemas salvajes están cruzando barreras geográficas y biológicas a un ritmo alarmante, y la humanidad está en su línea de mira. Según un contundente informe de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), las patologías animales avanzan sobre regiones donde antes eran inexistentes, y casi el 50% de ellas constituyen una amenaza directa para la salud humana.
El fenómeno no es una casualidad, sino una consecuencia directa de la acción humana. La deforestación, la urbanización descontrolada y el calentamiento global actúan como un acelerador perfecto, alterando hábitats y forzando a especies portadoras de patógenos -como murciélagos, roedores y mosquitos- a migrar hacia zonas pobladas. Este cóctel explosivo está creando, según los expertos, el caldo de cultivo ideal para la próxima pandemia.
Los datos respaldan la advertencia. Un estudio complementario publicado en Science Advances ya había calculado que el 9% de la superficie terrestre se encuentra en riesgo “alto o muy alto” de brotes zoonóticos impulsados por factores climáticos. Lo que era una predicción teórica hoy es una realidad tangible.

El Doble Impacto: Bolsillos y Hospitales Vacíos
Las consecuencias de esta invasión silenciosa se sienten en dos frentes críticos: la economía y la salud pública.
Primero, la seguridad alimentaria global está en jaque. Más de una quinta parte de las pérdidas mundiales en la producción de alimentos ya se deben a enfermedades provenientes del mundo animal. En una economía como la argentina, el impacto es devastador. La Cámara Argentina de la Industria de Productos Veterinarios (Caprove) estima que estas patologías generan pérdidas anuales que rondan los 60.000 millones de pesos, comprometiendo no solo la producción de proteínas de calidad sino también el acceso de la población a alimentos seguros. Francisco Nacinovich, jefe de Infectología del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA), subraya que este impacto convierte la prevención en “un tema clave de políticas públicas y seguridad alimentaria”.
En segundo lugar, y de forma más directa, está la amenaza a la vida humana. Las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son elocuentes: el 60% de las enfermedades infecciosas humanas tienen su origen en animales, y un alarmante 75% de las enfermedades emergentes son zoonosis. En Argentina, como señala el infectólogo Tomás Orduna, exjefe del Servicio de Medicina Tropical del Hospital Muñiz, esta amenaza está en “latente expansión”. La rabia persiste en murciélagos, el riesgo de leptospirosis acecha en las grandes ciudades tras cada inundación, y la leishmaniasis visceral canina, potencialmente mortal para los humanos, ya se ha instalado en nueve provincias.
Las provincias con áreas endémicas de leishmaniasis, tanto cutánea como visceral, incluyen Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Misiones y Corrientes, con la reciente detección de su vector en Santa Fe y Entre Ríos. 

El clima como catalizador de contagios
La crisis climática no solo crea el problema, sino que lo multiplica. La alteración de los ecosistemas funciona como un motor de propagación. Por ejemplo, más de la mitad de las especies de mosquitos que transmiten virus a humanos prosperan en áreas deforestadas, lo que ha disparado los casos de dengue, zika y chikungunya. América Latina es testigo directo: solo en 2023, se registraron más de 4,1 millones de casos de dengue, superando las cifras de la década anterior para el chikungunya. Las proyecciones son aún más sombrías: para 2080, se estima que 2.250 millones de personas más estarán en riesgo de contraer dengue.
Eventos climáticos extremos, como lluvias torrenciales e inundaciones, se han vinculado directamente a brotes de leptospirosis y cólera. Mientras tanto, el aumento de la temperatura de los océanos favorece la proliferación de bacterias mortales como la Vibrio cholerae. Un estudio publicado en la prestigiosa revista Nature proyecta un futuro aterrador: el cambio climático podría provocar al menos 15.000 nuevos eventos de transmisión viral entre especies de mamíferos para 2070, aumentando exponencialmente el riesgo de que un nuevo virus salte a los humanos.

La respuesta: una sola salud para un planeta enfermo
Frente a este panorama, la comunidad científica y sanitaria internacional insiste en que las soluciones fragmentadas ya no son suficientes. La OMSA, la OMS y la FAO promueven activamente un enfoque revolucionario conocido como “Una Salud” (One Health). Este modelo integra la salud humana, la sanidad animal y la gestión ambiental en una única estrategia coordinada.
El concepto es simple pero poderoso: no se puede proteger a las personas sin proteger a los animales y al ecosistema que compartimos. “Prevenir y controlar la transmisión de patógenos (…) es fundamental para crear barreras epidemiológicas”, destaca Edgardo Marcos, director del Instituto de Investigaciones en Epidemiología Veterinaria de la UBA.
Este enfoque también es crucial para combatir otra amenaza global: la resistencia antimicrobiana (RAM). Cada año, 700.000 personas mueren por infecciones resistentes a los medicamentos, una cifra que podría escalar a 10 millones para 2050. Dado que el 60% de los patógenos resistentes provienen de animales, el uso prudente de antibióticos en la ganadería y la priorización de la vacunación son pilares de la estrategia “Una Salud”.
En un mundo donde las fronteras entre la salud del planeta y la nuestra se han desvanecido, entender esta interconexión ya no es una opción, sino una necesidad para la supervivencia. La salud del ecosistema ha dejado de ser una variable ambiental para convertirse en la pieza central de la salud pública global.
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