Antártida, fauna y cambio climático
Los científicos buscan los efectos del cambio climático en la fauna
Fecha de Publicación: 04/03/2008
Fuente: Clarin
Provincia/Región: Anártida
Los bloques de hielo desprendidos de los glaciares dificultan el paso de las hembras que van a parir. Por eso ya hay menos mamíferos y aves.
Abre la bocaza de casi medio metro de diámetro, muestra unos colmillos de 10 centímetros y lanza un ojouuuummm largo y sordo. Si este elefante marino macho de tres toneladas y media decidiera atacarnos podría destruirnos en apenas unos pocos segundos. Pero no lo hace. Sólo advierte. Termina su gemido y baja la cabeza para recostarse nuevamente contra los otros seis machos. Permanecerá con esa actitud de Buda en los próximos veinte días en esta playa del Pasaje de Brunsfield, durante los cuales ayunará y cambiará su pelaje para soportar el invierno en el helado Mar de Weddell.
Mi guía es Jorge "El Negro" Mennucci, un técnico de la Dirección Nacional del Antártico con cuatro campañas en sus espaldas y que tiene como misión tomar muestras de estos verdaderos monstruos. Les lanza un dardo, los duerme, espanta al resto de la manada, les introduce una sonda y les saca una muestra de lo que tienen en el estómago para saber exactamente de qué se alimentan y cuántos kilos de mariscos y pescados comen en un día. "Esto que parecen fideos chinos son parte de los calamares y el krill que saqué esta mañana de una gorda (así llama a las elefantes marinos hembras)", me muestra El Negro Mennucci mientras levanta un manojo nauseabundo de un frasco de laboratorio.
Caminamos unos metros y nos encontramos en el medio de una enorme pingüinera de la especie de los Papúas. Entre los pingüinos se hacen los dormidos grupos de varios lobos marinos, pero apenas uno se para a una distancia de tres metros, se levantan y muestran su boca bastante putrefacta y llena de dientes mientras lanzan un uuuuuajjjjjj agudo. "No les cortes el paso para el mar y todo va a estar bien", me explica El Negro Mennucci. En esta época ya quedan pocas focas de Weddell, pero algunas quedan y andan por entre medio con su característico pelaje de manchas negras y beige.
Los skua, esas aves enormes y marrones, nos sobrevuelan y se lanzan en picada sobre nuestras cabezas. "Son territoriales. Debe haber un nido muy cerca. Para pasar por acá nosotros nos ponemos un palo largo por debajo de la campera y que sobresalga bien por arriba del gorro, así pican la madera más alta y no llegan hasta la cabeza", dice Mennucci mientras me muestra algunas de las cicatrices de los picotazos que recibió sólo este verano.
Los otros pájaros no atacan, pero son impresionantes. Los petreles gigantes llegan a medir dos metros y medio de ala a ala. Los petreles de Wilson, en cambio, son mucho más pequeños y tienen el vuelo más gracioso. Pero el problema es que cada vez que alguno de estos bichos ve algo anormal lanza una deposición. Y si no cae en la cabeza será que la pisamos con la bota, porque hay excrementos blancos de pingüino o rojos de lobos marinos esparcidos por kilómetros. El olor es insoportable. Estamos caminando en el Parque Jurásico de la Antártida. El paraíso de los científicos argentinos y de todo el mundo que llegan hasta acá para estudiar el comportamiento de estos animales y cómo están siendo afectados por el cambio climático.
Después de una caminata de seis kilómetros llegamos al refugio argentino Elefante, en la zona Especialmente Protegida 132 de la Antártida. Una construcción que fue ampliada a tres ambientes en esta temporada y que lleva resistiendo quince inviernos. Cuando llegaron los científicos este año, no lo podían encontrar. Estaba enterrado bajo la nieve. Tuvieron que palear varios metros para poder entrar. Allí ya están otros cuatro biólogos que trabajan en la zona. Romina Días y Gustavo Levín están investigando suelos contaminados con gasoil y la posibilidad de que una bacteria pueda limpiarlos. Ignacio Gould observa el comportamiento de los mamíferos y los cambios que están sufriendo a causa del efecto invernadero. Soledad Tarantelli estudia el bentos antártico, el fondo del mar y también las transformaciones que presentan a causa del cambio climático.
"Todos encontramos cambios profundos. No tenemos pruebas de una sola causa, son muchas, pero acá se está produciendo una gran transformación en todos los sistemas", coinciden en una larga charla mientras freímos unas milanesas que nos dio el cocinero de la base y que acompañamos con unos magníficos agnolottis que Ignacio había preparado el día anterior. Unos minutos después se suman a la charla el geólogo Jorge Strelin y su ayudante Fernando, que vienen de buscar unas muestras de musgos por debajo de la primera capa de hielo del glaciar.
La charla informal continúa y cada uno recuerda una observación de campo de los profundos cambios que se están produciendo en esta zona de la península antártica. El más notorio es una disminución pronunciada tanto de mamíferos como de aves debido a una insólita acumulación de hielo que se produjo el último invierno. La teoría es que el gran desprendimiento de bloques de hielo a raíz del repliegue de los glaciares bajó la temperatura de las aguas y provocó estas precipitaciones inusitadas. Las hembras de elefantes marinos, focas y lobos marinos que vienen a parir a las playas se encontraron con enormes bloques de hielo que no podían subir. Y los pingüinos sufrieron otra consecuencia: el abrupto deshielo por las altas temperaturas del verano produjo ríos que se llevaron sus huevos.
De regreso a la base Jubany, cruzando una zona escarpada por entre medio del cerro Tres Hermanos y la laguna superior del glaciar, me encuentro con Oscar González, el coordinador técnico de unos 20 científicos que cada año trabajan en los laboratorios de la base construidos gracias a un convenio con una universidad alemana. Oscar tiene 22 campañas antárticas, conoce esta tierra como muy pocos, y también habla de modificaciones. "El glaciar que rodea la caleta Potter no tenía ningún afloramiento rocoso. Era toda una pared de hielo que caía sobre el mar y que cubría al menos mil metros más sobre la bahía. Hoy se puede ver el pie del glaciar sobre la roca, y muy retirado. También hay un aumento de la flora, muchos más musgos y líquenes. Y un clima más benigno, aunque llueve con una intensidad nunca antes vista. Antes acá había, a lo sumo, aguanieve. Ahora puede llover como si fuera el trópico. La temperatura aumenta cada verano. El año pasado llego a once grados sobre cero acá en Jubany. Una temperatura insólita", me comenta González mientras organiza la próxima expedición de buzos que sale a la caleta a buscar muestras de ascidias, más conocidas como papas de mar (de las que hay 16 especies), lapas, erizos o estrellas de mar; además de cinco o seis variedades de algas.
"Acá hay una actividad científica que está a la vanguardia de todas las otras bases de la zona (desde la china hasta la coreana y la rusa) y al mismo nivel que la de las bases de las grandes potencias. Y esa es la mejor manera para prepararnos para los cambios que se vienen en la Antártida. En el futuro, la investigación seria va a ser el principal argumento que vamos a poder esgrimir para tener derecho a extraer o generar algún beneficio de esta tierra", asegura González. Y en eso coincide Fernando Morales, el mayor del Ejército que está a cargo de la logística de la base Jubany. "Tenemos derechos por la permanencia, la exploración y los más de 100 años que pusimos nuestra bandera, pero la investigación es lo que nos da la diferencia. Y para que estos científicos puedan seguir haciendo su trabajo tenemos que hacer todos un gran esfuerzo y aún mucho más", dice este hombre joven, alto y de ojos claros que da equilibrio a una difícil convivencia entre suboficiales y biólogos. Y es que la soberanía se hace en la Antártida a través de la ciencia. "Todos los datos que podamos sacar de esta tierra nos darán una ventaja comparativa para cualquier iniciativa económica en el resto del mundo. Invertir hoy en ciencia en la Antártida es pensar el país como lo hicieron San Martín, Alberdi o Sarmiento en su momento", me dice Oscar González mientras observa un muestreo desplegado por la bióloga Gabriela Campana.
La estrategia de conquistar a través de la investigación la están desarrollando todos los países. En cada base que visité había un promedio de diez científicos trabajando. Y los que no tienen bases propias en ciertas zonas, usan la de los otros, como, por ejemplo, los alemanes que tienen un laboratorio propio en Jubany. La enorme mayoría de los biólogos, geólogos y oceanógrafos estudian el efecto del cambio climático en las especies. Pero al mismo tiempo, esas investigaciones pueden ser muy útiles en otros terrenos. Por ejemplo, el primero que logre descifrar el ADN de los elefantes marinos o los pingüinos sabrá cómo obtener seres más resistentes al frío. Y quien sepa cómo están mutando las ascidias a causa de los rayos ultravioleta que deja escapar el adelgazamiento de la capa de ozono, sabrá si la vida submarina continuará como hasta ahora o si los cardúmenes de peces y mariscos emigrarán a otras zonas.
"Este es el siglo de la biología, y acá está el reino de la vida en su estado más puro. Quien conquiste este reino será el nuevo superpoder de la Tierra del siglo XXII", me dice Andrey Abramov, un joven geocriologista ruso, mientras trabaja junto a colegas coreanos y polacos en la caleta de Punta Suffield buscando ejemplares de un raro molusco y el viento barre los últimos vestigios de nieve de una de las lenguas del enorme glaciar Collins.
Fecha de Publicación: 04/03/2008
Fuente: Clarin
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Los bloques de hielo desprendidos de los glaciares dificultan el paso de las hembras que van a parir. Por eso ya hay menos mamíferos y aves.
Abre la bocaza de casi medio metro de diámetro, muestra unos colmillos de 10 centímetros y lanza un ojouuuummm largo y sordo. Si este elefante marino macho de tres toneladas y media decidiera atacarnos podría destruirnos en apenas unos pocos segundos. Pero no lo hace. Sólo advierte. Termina su gemido y baja la cabeza para recostarse nuevamente contra los otros seis machos. Permanecerá con esa actitud de Buda en los próximos veinte días en esta playa del Pasaje de Brunsfield, durante los cuales ayunará y cambiará su pelaje para soportar el invierno en el helado Mar de Weddell.
Mi guía es Jorge "El Negro" Mennucci, un técnico de la Dirección Nacional del Antártico con cuatro campañas en sus espaldas y que tiene como misión tomar muestras de estos verdaderos monstruos. Les lanza un dardo, los duerme, espanta al resto de la manada, les introduce una sonda y les saca una muestra de lo que tienen en el estómago para saber exactamente de qué se alimentan y cuántos kilos de mariscos y pescados comen en un día. "Esto que parecen fideos chinos son parte de los calamares y el krill que saqué esta mañana de una gorda (así llama a las elefantes marinos hembras)", me muestra El Negro Mennucci mientras levanta un manojo nauseabundo de un frasco de laboratorio.
Caminamos unos metros y nos encontramos en el medio de una enorme pingüinera de la especie de los Papúas. Entre los pingüinos se hacen los dormidos grupos de varios lobos marinos, pero apenas uno se para a una distancia de tres metros, se levantan y muestran su boca bastante putrefacta y llena de dientes mientras lanzan un uuuuuajjjjjj agudo. "No les cortes el paso para el mar y todo va a estar bien", me explica El Negro Mennucci. En esta época ya quedan pocas focas de Weddell, pero algunas quedan y andan por entre medio con su característico pelaje de manchas negras y beige.
Los skua, esas aves enormes y marrones, nos sobrevuelan y se lanzan en picada sobre nuestras cabezas. "Son territoriales. Debe haber un nido muy cerca. Para pasar por acá nosotros nos ponemos un palo largo por debajo de la campera y que sobresalga bien por arriba del gorro, así pican la madera más alta y no llegan hasta la cabeza", dice Mennucci mientras me muestra algunas de las cicatrices de los picotazos que recibió sólo este verano.
Los otros pájaros no atacan, pero son impresionantes. Los petreles gigantes llegan a medir dos metros y medio de ala a ala. Los petreles de Wilson, en cambio, son mucho más pequeños y tienen el vuelo más gracioso. Pero el problema es que cada vez que alguno de estos bichos ve algo anormal lanza una deposición. Y si no cae en la cabeza será que la pisamos con la bota, porque hay excrementos blancos de pingüino o rojos de lobos marinos esparcidos por kilómetros. El olor es insoportable. Estamos caminando en el Parque Jurásico de la Antártida. El paraíso de los científicos argentinos y de todo el mundo que llegan hasta acá para estudiar el comportamiento de estos animales y cómo están siendo afectados por el cambio climático.
Después de una caminata de seis kilómetros llegamos al refugio argentino Elefante, en la zona Especialmente Protegida 132 de la Antártida. Una construcción que fue ampliada a tres ambientes en esta temporada y que lleva resistiendo quince inviernos. Cuando llegaron los científicos este año, no lo podían encontrar. Estaba enterrado bajo la nieve. Tuvieron que palear varios metros para poder entrar. Allí ya están otros cuatro biólogos que trabajan en la zona. Romina Días y Gustavo Levín están investigando suelos contaminados con gasoil y la posibilidad de que una bacteria pueda limpiarlos. Ignacio Gould observa el comportamiento de los mamíferos y los cambios que están sufriendo a causa del efecto invernadero. Soledad Tarantelli estudia el bentos antártico, el fondo del mar y también las transformaciones que presentan a causa del cambio climático.
"Todos encontramos cambios profundos. No tenemos pruebas de una sola causa, son muchas, pero acá se está produciendo una gran transformación en todos los sistemas", coinciden en una larga charla mientras freímos unas milanesas que nos dio el cocinero de la base y que acompañamos con unos magníficos agnolottis que Ignacio había preparado el día anterior. Unos minutos después se suman a la charla el geólogo Jorge Strelin y su ayudante Fernando, que vienen de buscar unas muestras de musgos por debajo de la primera capa de hielo del glaciar.
La charla informal continúa y cada uno recuerda una observación de campo de los profundos cambios que se están produciendo en esta zona de la península antártica. El más notorio es una disminución pronunciada tanto de mamíferos como de aves debido a una insólita acumulación de hielo que se produjo el último invierno. La teoría es que el gran desprendimiento de bloques de hielo a raíz del repliegue de los glaciares bajó la temperatura de las aguas y provocó estas precipitaciones inusitadas. Las hembras de elefantes marinos, focas y lobos marinos que vienen a parir a las playas se encontraron con enormes bloques de hielo que no podían subir. Y los pingüinos sufrieron otra consecuencia: el abrupto deshielo por las altas temperaturas del verano produjo ríos que se llevaron sus huevos.
De regreso a la base Jubany, cruzando una zona escarpada por entre medio del cerro Tres Hermanos y la laguna superior del glaciar, me encuentro con Oscar González, el coordinador técnico de unos 20 científicos que cada año trabajan en los laboratorios de la base construidos gracias a un convenio con una universidad alemana. Oscar tiene 22 campañas antárticas, conoce esta tierra como muy pocos, y también habla de modificaciones. "El glaciar que rodea la caleta Potter no tenía ningún afloramiento rocoso. Era toda una pared de hielo que caía sobre el mar y que cubría al menos mil metros más sobre la bahía. Hoy se puede ver el pie del glaciar sobre la roca, y muy retirado. También hay un aumento de la flora, muchos más musgos y líquenes. Y un clima más benigno, aunque llueve con una intensidad nunca antes vista. Antes acá había, a lo sumo, aguanieve. Ahora puede llover como si fuera el trópico. La temperatura aumenta cada verano. El año pasado llego a once grados sobre cero acá en Jubany. Una temperatura insólita", me comenta González mientras organiza la próxima expedición de buzos que sale a la caleta a buscar muestras de ascidias, más conocidas como papas de mar (de las que hay 16 especies), lapas, erizos o estrellas de mar; además de cinco o seis variedades de algas.
"Acá hay una actividad científica que está a la vanguardia de todas las otras bases de la zona (desde la china hasta la coreana y la rusa) y al mismo nivel que la de las bases de las grandes potencias. Y esa es la mejor manera para prepararnos para los cambios que se vienen en la Antártida. En el futuro, la investigación seria va a ser el principal argumento que vamos a poder esgrimir para tener derecho a extraer o generar algún beneficio de esta tierra", asegura González. Y en eso coincide Fernando Morales, el mayor del Ejército que está a cargo de la logística de la base Jubany. "Tenemos derechos por la permanencia, la exploración y los más de 100 años que pusimos nuestra bandera, pero la investigación es lo que nos da la diferencia. Y para que estos científicos puedan seguir haciendo su trabajo tenemos que hacer todos un gran esfuerzo y aún mucho más", dice este hombre joven, alto y de ojos claros que da equilibrio a una difícil convivencia entre suboficiales y biólogos. Y es que la soberanía se hace en la Antártida a través de la ciencia. "Todos los datos que podamos sacar de esta tierra nos darán una ventaja comparativa para cualquier iniciativa económica en el resto del mundo. Invertir hoy en ciencia en la Antártida es pensar el país como lo hicieron San Martín, Alberdi o Sarmiento en su momento", me dice Oscar González mientras observa un muestreo desplegado por la bióloga Gabriela Campana.
La estrategia de conquistar a través de la investigación la están desarrollando todos los países. En cada base que visité había un promedio de diez científicos trabajando. Y los que no tienen bases propias en ciertas zonas, usan la de los otros, como, por ejemplo, los alemanes que tienen un laboratorio propio en Jubany. La enorme mayoría de los biólogos, geólogos y oceanógrafos estudian el efecto del cambio climático en las especies. Pero al mismo tiempo, esas investigaciones pueden ser muy útiles en otros terrenos. Por ejemplo, el primero que logre descifrar el ADN de los elefantes marinos o los pingüinos sabrá cómo obtener seres más resistentes al frío. Y quien sepa cómo están mutando las ascidias a causa de los rayos ultravioleta que deja escapar el adelgazamiento de la capa de ozono, sabrá si la vida submarina continuará como hasta ahora o si los cardúmenes de peces y mariscos emigrarán a otras zonas.
"Este es el siglo de la biología, y acá está el reino de la vida en su estado más puro. Quien conquiste este reino será el nuevo superpoder de la Tierra del siglo XXII", me dice Andrey Abramov, un joven geocriologista ruso, mientras trabaja junto a colegas coreanos y polacos en la caleta de Punta Suffield buscando ejemplares de un raro molusco y el viento barre los últimos vestigios de nieve de una de las lenguas del enorme glaciar Collins.
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