El impacto de los incendios de Australia en Argentina
Cambio Climático: ¿Qué efectos tienen en Argentina los incendios en Australia?
Fecha de Publicación: 17/01/2020
Fuente: Página 12
Provincia/Región: Nacional
Lo sucedido en Australia encendió las alarmas domésticas y empujó a una pregunta. ¿Cuáles son los efectos del cambio climático y el calentamiento global en un país como Argentina? Los especialistas consultados por Página|12 consideran que la tendencia del calentamiento global se agudiza a partir de eventos de impacto global como los incendios en Australia , Amazonia y California, que al mismo tiempo son resultado de políticas negacionistas como las que llevan adelante Donald Trump y Jair Bolsonaro. También sostienen la necesidad de que las sociedades se comprometan en los cambios necesarios.
“Si solo nos ceñimos a la temperatura, podemos decir que en los últimos 60 años, la Patagonia experimentó un incremento del orden de un grado y el centro-norte del país de medio grado -explica Inés Camilloni, doctora por la Universidad de Buenos Aires en el área de Ciencias de la Atmósfera e Investigadora del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera-. En cuanto a lluvias, en el Litoral y la Pampa húmeda, aumentaron un 30%; situación que convirtió a esa porción del territorio, junto a algunos sectores de Brasil y parte de Uruguay, en una de las zonas donde más aumentaron las precipitaciones a nivel mundial. En Cuyo, por el contrario, disminuyeron. Las temperaturas más altas explican la retracción de la mayor parte de los glaciares de Argentina, salvo el Perito Moreno, y la disminución de los caudales de los ríos que provienen de agua de deshielos”.
“Lo que ocurre –continúa Camilloni– es que cambió la frecuencia de los eventos extremos. Las olas de calor se volvieron más asiduas, suelen durar más y alcanzan valores extremos; las lluvias se producen más espaciadas pero exhiben una intensidad creciente”, detalla Camilloni. Ello provoca un conflicto para ciudades como las argentinas con una densidad poblacional considerable, cuyas infraestructuras no están preparadas para soportar tanta cantidad de agua en tan poco tiempo. La Ciudad de Buenos Aires cuenta con la capacidad de evacuar agua en aquellos eventos en los que no llueve más de 30 milímetros en una hora. A partir de ahí, cuando se cruza esa franja, comienzan los problemas. “Desde los 60’s hasta la fecha se triplicó la ocurrencia de este tipo de eventos. Ello implica la necesidad urgente de mejoras en la infraestructura y la transformación de los sistemas de desagüe”, advierte.
Para colmo, llegó el verano y las olas de calor se hacen sentir. Hace seis años hubo una que, según Carolina Vera, doctora con orientación en Ciencias de la Atmósfera, especialista internacional en el estudio de Cambio Climático, quedó en el recuerdo. Al menos se estacionó en la memoria de los científicos que la estudiaron en detalle. “En diciembre de 2013, por ejemplo, vivimos una experiencia muy impactante en la que tuvimos 18 días con temperaturas altísimas. Fue cuando colapsó el sistema de electricidad en Buenos Aires. La tendencia a una mayor aridez combinado con el cambio en el uso de la tierra favorece las condiciones para la emergencia de fenómenos dramáticos, como pueden ser los incendios”. Y completa: “No solo se incendia el Amazonas o Australia, sino también ocurre en vastas regiones de nuestro país, desde Buenos Aires, pasando por Córdoba o La Pampa”, plantea Vera que, además, actualmente se encuentra a cargo de la Unidad de Gabinete del flamante Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.
El conflicto que ocasiona el deterioro del ambiente fue reconocido por los referentes de la mayor parte de las naciones que habitan el globo. Para sortear tal escenario, los países consensuan estrategias a dos niveles: global y local. No obstante, a pesar del diagnóstico, las cosas no marchan del todo bien. Los actores más poderosos son los que más gases de efecto invernadero emiten y, paradójicamente, invierten migajas en la reversión del problema. Temen, a veces de manera tácita y otras lo expresan a viva voz, que sus economías –basadas en matrices energéticas alimentadas a partir de combustibles fósiles– se desplomen. En efecto, los compromisos discursivos se materializan en instrumentos y declaraciones que rara vez se traducen en acciones concretas.
El último gran antecedente de consenso para la acción estuvo plasmado en la Tercera Comunicación Nacional sobre Cambio Climático, de la que Vera fue promotora. Junto a otros expertos del ámbito se embarcaron en un ambicioso proyecto que procuraba analizar las señales de variación de cambio climático en el país desde 1960 hasta el 2010. Realizaron mediciones, de acuerdo a proyecciones sobre las emisiones de gases a futuro, y examinaron cuánto aumentaría la temperatura y cómo se robustecería el proceso de calentamiento global. Como resultado pudieron comprobar que, a fines de siglo XXI y en un escenario de grandes emisiones, una de las zonas del planeta con los aumentos más significativos de temperatura sería el noroeste argentino. Esta región, según las conclusiones proyectadas, registrará un incremento que oscilará entre los 3 y 4 grados.
El calentamiento global es uno de los tantos modos en que se expresa el Cambio Climático. Los seres humanos son los responsables de encender la hornalla que calienta más y más el ambiente, una olla que se presta a hervir en un futuro cada vez más cercano. Aunque los gases se emitan en China, en Estados Unidos o Europa Occidental (entre los tres explican la mitad de las emisiones totales), la atmósfera los difunde en el término de semanas por todo el planeta. Lo que contamina un país afecta a todos. El Cambio Climático, a su vez, es un proceso de variación significativa del clima, calculada durante un largo período de tiempo. Sin embargo, no siempre pudo medirse. Recién hacia finales del siglo XIX los expertos consiguieron diseñar instrumentos de medición confiables con el propósito de evaluar la transformación que percibían pero no podían documentar con precisión.
En la actualidad, las variaciones en el clima y los efectos del calentamiento global se exploran a partir de las observaciones y el examen de datos. Las temperaturas pero también la lluvia, la velocidad del viento, la nubosidad y la presión evolucionaron a través del tiempo. “Trabajamos con bases de datos de observaciones para la detección del cambio climático. Se trata de identificar cómo se modificó el clima a lo largo del tiempo en un lugar y una región determinada. Recurrimos a datos provistos por el Servicio Meteorológico, a información satelital y a una combinación robusta de fuentes para saber qué es lo que ocurre. Cuando buscamos trazar proyecciones, trabajamos con simulaciones que nos permiten pensar cómo podría ser la actividad del ser humano en el futuro, su emisión de dióxido de carbono, su participación en actividades como la deforestación y los cambios del suelo”, relata Camilloni.
Negacionismo de primera
En un marco de capitalismo agresivo como el actual, la protección de los ecosistemas y de los valores naturales es concebida por algunas figuras de relevancia internacional como un obstáculo para el progreso. Desde este prisma, mirada peligrosa si las hay, observan la realidad algunos de los mandatarios más importantes del mundo. El vecino Jair Bolsonaro resta importancia a los incendios que durante 2019 barrieron con 900 mil hectáreas de bosque nativo del Amazonas y Donald Trump hace lo propio con el avance incontrolable de los fuegos que, en California, calcinaron una superficie similar que ronda las 800 mil hectáreas. A este dúo cercano de negacionistas del Cambio Climático se suma Scott Morrison, el Primer Ministro australiano, país que por estos días afronta una de las peores catástrofes ambientales en su historia.
Trump fue el primero en quedarse ciego. En 2017 quitó a EEUU del Acuerdo de París contra el Cambio Climático, pese a comandar el ranking como el principal emisor de gases de efectos invernadero. Su decisión no escapa a una controversia: aunque parezca una broma Estados Unidos es uno de los principales financiadores de las investigaciones y los eventos científicos sobre Cambio Climático. Las razones de la salida son obvias. Existe una industria muy potente, con fuerte capacidad de lobby, que creció sobre la base de la explotación de los combustibles fósiles y le conviene desmarcar el uso intensivo del petróleo como responsable principal del cambio climático. Trump, Bolsonaro y Morrison constituyen voces minoritarias pero fuertes a nivel geopolítico y con presencia en la arena global. Afortunadamente, también hay de las otras. En poco tiempo, la activista sueca de 17 años recién cumplidos, Greta Thunberg, ha adquirido fama mundial por demostrar una notable capacidad de aglutinar reclamos que hasta la fecha se encontraban desperdigados. Así, con efecto rebote, se articularon a la luz de su eco las voces de agrupaciones que interpelan las acciones de los gobernantes de turno y denuncian las negligencias que se cometen en cada caso. La “Red jóvenes por el clima” constituye un caso valioso al respecto.
En este marco, presentada la contienda, vale preguntarse: ¿en el pasado hubo cambio climático? Sí, pero el uso intensivo de los combustibles fósiles modificó –radicalmente– el paisaje. Las transformaciones demuestran una aceleración tan importante que produce vértigo. Las actividades que emplean petróleo, gas y carbón, así como los procesos de cambio en el uso del suelo generan buena parte de las emisiones. Cuando se reemplaza la cobertura natural por espacios construidos con cemento, hormigón, asfalto, o bien, cuando se sustituye a los pastizales por producciones agrícolas también se modifica el sistema climático.
Para colmo, las consecuencias del cambio climático se articulan en cascada. Con el aumento progresivo de la temperatura se trastoca todo el equilibrio aparente. Los eventos extremos se manifiestan con más intensidad; se multiplican las olas de calor; las lluvias más copiosas producen inundaciones de película; las tendencias a la disminución progresiva en otras regiones conducen a sequías y desertificación; se derriten a mayor velocidad los hielos y glaciares; se incrementa el dióxido de carbono en la atmósfera, que ocasiona la acidificación de los océanos, que conduce a los corales a una situación de riesgo de extinción.
Existen objetivos mundiales a los que Argentina suscribe, a través de cumbres y eventos internacionales. La delimitación de las emisiones de gases de efecto invernadero, por caso, supone una de las líneas a la que tradicionalmente la mayoría de los países adhiere, excepto EEUU. Por otro lado, existen estrategias locales de mitigación que se deben implementar, necesariamente, teniendo en cuenta las características específicas de los territorios nacionales. En este caso, el propósito más urgente se relaciona con minimizar los daños que trae aparejados el cambio climático. La “adaptación al cambio” suele ser la meta principal.
Desde esta perspectiva, los manuales de políticas en el área detallan recetas de platos revestidos de condimentos distintos pero que saben similar. A saber: se podría gestionar la capacitación de los productores agrícolas para que adecuen las fechas de sus cosechas y las siembras en función del clima; fomentar que los municipios cuenten con sistemas de alerta temprana ante eventos extremos; brindar seguros frente a sequías e inundaciones; planificar obras de canalización y desagüe; así como también códigos de edificación en las ciudades.
“En general, las naciones más perjudicadas por el cambio climático son las menos responsables -asegura Camilloni-. Por eso es que siempre que se debate acerca de estas temáticas, se deben discutir cuestiones como la equidad, la justicia, el crecimiento y el desarrollo sostenible. No solo se trata de una decisión de los políticos, también requiere de una iniciativa de transformación que compromete a toda la sociedad. Es necesario evaluar los riesgos que ocasionan el aumento de la temperatura, las condiciones de adaptabilidad, las estrategias que podemos desarrollar al respecto, saber quiénes pagarán los costos de adaptación. Son aspectos que se deben reconocer en un debate que nos debería incluir a todos los ciudadanos”.
La articulación de acciones entre el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación junto al de Medioambiente es clave. Como la urgencia de la crisis no puede esperar, los titulares de las respectivas carteras ya realizaron reuniones para poner manos a la obra. “Hemos tenido encuentros muy fructíferos con el equipo de Juan Cabandié -agregó Vera-. Somos conscientes de que las propuestas surgen como resultado entre los aportes que provienen del conocimiento científico y de otros saberes, como los locales y originarios, que son muy valiosos y debemos incorporarlos a la agenda. Cuando los problemas son socioambientales necesitamos establecer diálogos amplios pero bien fundamentados. Desde la comunidad científica tenemos mucho para aportar, hay un montón de grupos que en todo el país han desarrollado herramientas para combatir el cambio climático”.
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Fecha de Publicación: 17/01/2020
Fuente: Página 12
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Lo sucedido en Australia encendió las alarmas domésticas y empujó a una pregunta. ¿Cuáles son los efectos del cambio climático y el calentamiento global en un país como Argentina? Los especialistas consultados por Página|12 consideran que la tendencia del calentamiento global se agudiza a partir de eventos de impacto global como los incendios en Australia , Amazonia y California, que al mismo tiempo son resultado de políticas negacionistas como las que llevan adelante Donald Trump y Jair Bolsonaro. También sostienen la necesidad de que las sociedades se comprometan en los cambios necesarios.
“Si solo nos ceñimos a la temperatura, podemos decir que en los últimos 60 años, la Patagonia experimentó un incremento del orden de un grado y el centro-norte del país de medio grado -explica Inés Camilloni, doctora por la Universidad de Buenos Aires en el área de Ciencias de la Atmósfera e Investigadora del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera-. En cuanto a lluvias, en el Litoral y la Pampa húmeda, aumentaron un 30%; situación que convirtió a esa porción del territorio, junto a algunos sectores de Brasil y parte de Uruguay, en una de las zonas donde más aumentaron las precipitaciones a nivel mundial. En Cuyo, por el contrario, disminuyeron. Las temperaturas más altas explican la retracción de la mayor parte de los glaciares de Argentina, salvo el Perito Moreno, y la disminución de los caudales de los ríos que provienen de agua de deshielos”.
“Lo que ocurre –continúa Camilloni– es que cambió la frecuencia de los eventos extremos. Las olas de calor se volvieron más asiduas, suelen durar más y alcanzan valores extremos; las lluvias se producen más espaciadas pero exhiben una intensidad creciente”, detalla Camilloni. Ello provoca un conflicto para ciudades como las argentinas con una densidad poblacional considerable, cuyas infraestructuras no están preparadas para soportar tanta cantidad de agua en tan poco tiempo. La Ciudad de Buenos Aires cuenta con la capacidad de evacuar agua en aquellos eventos en los que no llueve más de 30 milímetros en una hora. A partir de ahí, cuando se cruza esa franja, comienzan los problemas. “Desde los 60’s hasta la fecha se triplicó la ocurrencia de este tipo de eventos. Ello implica la necesidad urgente de mejoras en la infraestructura y la transformación de los sistemas de desagüe”, advierte.
Para colmo, llegó el verano y las olas de calor se hacen sentir. Hace seis años hubo una que, según Carolina Vera, doctora con orientación en Ciencias de la Atmósfera, especialista internacional en el estudio de Cambio Climático, quedó en el recuerdo. Al menos se estacionó en la memoria de los científicos que la estudiaron en detalle. “En diciembre de 2013, por ejemplo, vivimos una experiencia muy impactante en la que tuvimos 18 días con temperaturas altísimas. Fue cuando colapsó el sistema de electricidad en Buenos Aires. La tendencia a una mayor aridez combinado con el cambio en el uso de la tierra favorece las condiciones para la emergencia de fenómenos dramáticos, como pueden ser los incendios”. Y completa: “No solo se incendia el Amazonas o Australia, sino también ocurre en vastas regiones de nuestro país, desde Buenos Aires, pasando por Córdoba o La Pampa”, plantea Vera que, además, actualmente se encuentra a cargo de la Unidad de Gabinete del flamante Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.
El conflicto que ocasiona el deterioro del ambiente fue reconocido por los referentes de la mayor parte de las naciones que habitan el globo. Para sortear tal escenario, los países consensuan estrategias a dos niveles: global y local. No obstante, a pesar del diagnóstico, las cosas no marchan del todo bien. Los actores más poderosos son los que más gases de efecto invernadero emiten y, paradójicamente, invierten migajas en la reversión del problema. Temen, a veces de manera tácita y otras lo expresan a viva voz, que sus economías –basadas en matrices energéticas alimentadas a partir de combustibles fósiles– se desplomen. En efecto, los compromisos discursivos se materializan en instrumentos y declaraciones que rara vez se traducen en acciones concretas.
El último gran antecedente de consenso para la acción estuvo plasmado en la Tercera Comunicación Nacional sobre Cambio Climático, de la que Vera fue promotora. Junto a otros expertos del ámbito se embarcaron en un ambicioso proyecto que procuraba analizar las señales de variación de cambio climático en el país desde 1960 hasta el 2010. Realizaron mediciones, de acuerdo a proyecciones sobre las emisiones de gases a futuro, y examinaron cuánto aumentaría la temperatura y cómo se robustecería el proceso de calentamiento global. Como resultado pudieron comprobar que, a fines de siglo XXI y en un escenario de grandes emisiones, una de las zonas del planeta con los aumentos más significativos de temperatura sería el noroeste argentino. Esta región, según las conclusiones proyectadas, registrará un incremento que oscilará entre los 3 y 4 grados.
El calentamiento global es uno de los tantos modos en que se expresa el Cambio Climático. Los seres humanos son los responsables de encender la hornalla que calienta más y más el ambiente, una olla que se presta a hervir en un futuro cada vez más cercano. Aunque los gases se emitan en China, en Estados Unidos o Europa Occidental (entre los tres explican la mitad de las emisiones totales), la atmósfera los difunde en el término de semanas por todo el planeta. Lo que contamina un país afecta a todos. El Cambio Climático, a su vez, es un proceso de variación significativa del clima, calculada durante un largo período de tiempo. Sin embargo, no siempre pudo medirse. Recién hacia finales del siglo XIX los expertos consiguieron diseñar instrumentos de medición confiables con el propósito de evaluar la transformación que percibían pero no podían documentar con precisión.
En la actualidad, las variaciones en el clima y los efectos del calentamiento global se exploran a partir de las observaciones y el examen de datos. Las temperaturas pero también la lluvia, la velocidad del viento, la nubosidad y la presión evolucionaron a través del tiempo. “Trabajamos con bases de datos de observaciones para la detección del cambio climático. Se trata de identificar cómo se modificó el clima a lo largo del tiempo en un lugar y una región determinada. Recurrimos a datos provistos por el Servicio Meteorológico, a información satelital y a una combinación robusta de fuentes para saber qué es lo que ocurre. Cuando buscamos trazar proyecciones, trabajamos con simulaciones que nos permiten pensar cómo podría ser la actividad del ser humano en el futuro, su emisión de dióxido de carbono, su participación en actividades como la deforestación y los cambios del suelo”, relata Camilloni.
Negacionismo de primera
En un marco de capitalismo agresivo como el actual, la protección de los ecosistemas y de los valores naturales es concebida por algunas figuras de relevancia internacional como un obstáculo para el progreso. Desde este prisma, mirada peligrosa si las hay, observan la realidad algunos de los mandatarios más importantes del mundo. El vecino Jair Bolsonaro resta importancia a los incendios que durante 2019 barrieron con 900 mil hectáreas de bosque nativo del Amazonas y Donald Trump hace lo propio con el avance incontrolable de los fuegos que, en California, calcinaron una superficie similar que ronda las 800 mil hectáreas. A este dúo cercano de negacionistas del Cambio Climático se suma Scott Morrison, el Primer Ministro australiano, país que por estos días afronta una de las peores catástrofes ambientales en su historia.
Trump fue el primero en quedarse ciego. En 2017 quitó a EEUU del Acuerdo de París contra el Cambio Climático, pese a comandar el ranking como el principal emisor de gases de efectos invernadero. Su decisión no escapa a una controversia: aunque parezca una broma Estados Unidos es uno de los principales financiadores de las investigaciones y los eventos científicos sobre Cambio Climático. Las razones de la salida son obvias. Existe una industria muy potente, con fuerte capacidad de lobby, que creció sobre la base de la explotación de los combustibles fósiles y le conviene desmarcar el uso intensivo del petróleo como responsable principal del cambio climático. Trump, Bolsonaro y Morrison constituyen voces minoritarias pero fuertes a nivel geopolítico y con presencia en la arena global. Afortunadamente, también hay de las otras. En poco tiempo, la activista sueca de 17 años recién cumplidos, Greta Thunberg, ha adquirido fama mundial por demostrar una notable capacidad de aglutinar reclamos que hasta la fecha se encontraban desperdigados. Así, con efecto rebote, se articularon a la luz de su eco las voces de agrupaciones que interpelan las acciones de los gobernantes de turno y denuncian las negligencias que se cometen en cada caso. La “Red jóvenes por el clima” constituye un caso valioso al respecto.
En este marco, presentada la contienda, vale preguntarse: ¿en el pasado hubo cambio climático? Sí, pero el uso intensivo de los combustibles fósiles modificó –radicalmente– el paisaje. Las transformaciones demuestran una aceleración tan importante que produce vértigo. Las actividades que emplean petróleo, gas y carbón, así como los procesos de cambio en el uso del suelo generan buena parte de las emisiones. Cuando se reemplaza la cobertura natural por espacios construidos con cemento, hormigón, asfalto, o bien, cuando se sustituye a los pastizales por producciones agrícolas también se modifica el sistema climático.
Para colmo, las consecuencias del cambio climático se articulan en cascada. Con el aumento progresivo de la temperatura se trastoca todo el equilibrio aparente. Los eventos extremos se manifiestan con más intensidad; se multiplican las olas de calor; las lluvias más copiosas producen inundaciones de película; las tendencias a la disminución progresiva en otras regiones conducen a sequías y desertificación; se derriten a mayor velocidad los hielos y glaciares; se incrementa el dióxido de carbono en la atmósfera, que ocasiona la acidificación de los océanos, que conduce a los corales a una situación de riesgo de extinción.
Existen objetivos mundiales a los que Argentina suscribe, a través de cumbres y eventos internacionales. La delimitación de las emisiones de gases de efecto invernadero, por caso, supone una de las líneas a la que tradicionalmente la mayoría de los países adhiere, excepto EEUU. Por otro lado, existen estrategias locales de mitigación que se deben implementar, necesariamente, teniendo en cuenta las características específicas de los territorios nacionales. En este caso, el propósito más urgente se relaciona con minimizar los daños que trae aparejados el cambio climático. La “adaptación al cambio” suele ser la meta principal.
Desde esta perspectiva, los manuales de políticas en el área detallan recetas de platos revestidos de condimentos distintos pero que saben similar. A saber: se podría gestionar la capacitación de los productores agrícolas para que adecuen las fechas de sus cosechas y las siembras en función del clima; fomentar que los municipios cuenten con sistemas de alerta temprana ante eventos extremos; brindar seguros frente a sequías e inundaciones; planificar obras de canalización y desagüe; así como también códigos de edificación en las ciudades.
“En general, las naciones más perjudicadas por el cambio climático son las menos responsables -asegura Camilloni-. Por eso es que siempre que se debate acerca de estas temáticas, se deben discutir cuestiones como la equidad, la justicia, el crecimiento y el desarrollo sostenible. No solo se trata de una decisión de los políticos, también requiere de una iniciativa de transformación que compromete a toda la sociedad. Es necesario evaluar los riesgos que ocasionan el aumento de la temperatura, las condiciones de adaptabilidad, las estrategias que podemos desarrollar al respecto, saber quiénes pagarán los costos de adaptación. Son aspectos que se deben reconocer en un debate que nos debería incluir a todos los ciudadanos”.
La articulación de acciones entre el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación junto al de Medioambiente es clave. Como la urgencia de la crisis no puede esperar, los titulares de las respectivas carteras ya realizaron reuniones para poner manos a la obra. “Hemos tenido encuentros muy fructíferos con el equipo de Juan Cabandié -agregó Vera-. Somos conscientes de que las propuestas surgen como resultado entre los aportes que provienen del conocimiento científico y de otros saberes, como los locales y originarios, que son muy valiosos y debemos incorporarlos a la agenda. Cuando los problemas son socioambientales necesitamos establecer diálogos amplios pero bien fundamentados. Desde la comunidad científica tenemos mucho para aportar, hay un montón de grupos que en todo el país han desarrollado herramientas para combatir el cambio climático”.
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