¿Qué hacemos los argentinos con el agua?



¿Qué hacemos los argentinos con el agua?

Fecha de Publicación
: 25/03/2020
Fuente: Ambito
Provincia/Región: Nacional


La unión y articulación entre asambleas y organizaciones socioambientales de cada rincón del país, personas conscientes, comunidades indígenas, pequeños productores, campesinos, movimientos populares, y ONGs, como Conciencia Solidaria, es un hecho que aún, cuarentena mediante, se evidencia. Porque trasciende el abrazo en las calles, llevando nuestras banderas de lucha. Porque se estableció ya, como filosofía de Vida.
Este salto en la articulación, fruto de más de dos décadas de encuentros, intenta siempre, ubicar en el centro, el Agua y la Vida, poniendo en tensión, una economía carente de solidaridad, con pretensiones de desarrollo y progreso, escindida de la naturaleza y de toda Humanidad.
La “Primera Marcha Plurinacional del Agua para los Pueblos”, caminaría el domingo 22 de marzo, desde Congreso a Plaza de Mayo. Nos encontraríamos compañeras y compañeros de todo el país, como corolario de dos días de acampe, charlas y exposiciones en Plaza Congreso. Con un objetivo: que llegue a los ojos de la Capital, todo lo que nos atraviesa como país, a lo largo y ancho de variados escenarios-territorios, que tiene nuestra Argentina profunda, muchas veces, invisibilizados.
Es que el agua está en riesgo. Y la vida, también. Y aquí, no hay lugar para hipérboles. Atravesados por el extractivismo transnacional, los pueblos somos condenados al sacrificio, para que vivan las empresas contaminantes y saqueadoras. Es un modelo, dentro del sistema capitalista imperante, que hemos hecho carne, y al cual pareciera, no estaríamos dispuestos, como sociedad, a renunciar. Porque no todos tienen la osadía para revisar sus privilegios y soltarles la mano.
Mientras tanto, algunos seguimos trabajando para hacer realidad las utopías, que el agua sea un derecho humano inalienable. Que cada río, cada animal, incluso el ambiente, en su conjunto, sean reconocidos como sujetos de derecho. Transitamos un momento histórico, donde la consciencia pugna, la naturaleza exige, y a eso nos invitan.
El agua, bien común, es mega-consumida por empresas transnacionales. Mientras que en el mundo, 3 de cada 10 personas no tienen acceso a la misma, lo que equivale a decir, 2.100 millones de personas. Un solo emprendimiento minero usa, en una hora, lo que una familia campesina en veinte años. La cultura del monocultivo transgénico, y la ganadería intensiva, arrasan monte nativo, corren la frontera agropecuaria, violan sistemáticamente los derechos de pueblos originarios y comunidades campesinas. La biodiversidad se pierde, mutan los ciclos climáticos. Los suelos, devastados, pierden su capacidad de dar Vida y regular el recurso hídrico. La temperatura aumenta. Los glaciares, derretidos, incrementan el nivel de los océanos, las ciudades, se inundan. Las centrales nucleares, envenenan y matan silenciosamente. La contaminación ambiental, baja las defensas. Con un sistema inmunológico vapuleado, sin barreras, dengue y coronavirus. El que quiera venir, que venga.
En Argentina, anualmente, se utilizan 10 litros de agrotóxicos por persona y 107 plaguicidas, prohibidos en el resto del mundo. Paralelamente, avanza el movimiento hacia una economía solidaria de comercio justo, orgánica, y sin uso de agroquímicos. Grupos humanos, como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), son prueba fehaciente que, así las cosas, comer sano es posible. Los productos agroecológicos, llegan al colectivo para quedarse.
La actualidad nos interpela, y pone a prueba la solidaridad, otra vez. Las medidas asumidas desde el Gobierno Nacional, estratégicas, ante la pandemia del coronavirus, nos proponen llevar las banderas de la Justicia Social, y la protección ambiental, al living de nuestro hogar. Un encuentro diferente, íntimo, en el vasto sentido del término, del proyectado para este 22 en las calles, pero que nos llama a reflexión profunda. Porque nos da la posibilidad de ser observadores activos de lo que pasa afuera, desde adentro. Porque nos corre de la rutina que abruma, y nos obliga a mirar. Y mirar, en alguna medida, implica comprometerse. Porque no hay antídoto ante una Verdad que se planta y ruge.
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