Un pueblo de Córdoba en guardia contra los agrotóxicos



El pueblo que hace guardia contra los agroquímicos

Fecha de Publicación
: 06/12/2019
Fuente: Pagina 12
Provincia/Región: Córdoba


Es en Sebastián Elcano. Desde hace dos meses, montaron una carpa para exigir una ley que aleje las fumigaciones del pueblo.
Más de 65 días de acampe. Un movimiento comunitario para garantizar la salud colectiva. Guardias comunales sostenidas principalmente por mujeres para frenar o echar a las máquinas pulverizadoras del casco urbano y campos aledaños. Un colectivo organizado y varias propuestas para hacer del espacio habitado un espacio habitable: una legislación que aleje las fumigaciones del pueblo, un relevamiento socio-sanitario, y una férrea promoción de la agroecología. Esa es la pintura de este tiempo en Sebastián Elcano, localidad del norte cordobés. “Vamos a sostener esta lucha hasta que cambie esta situación, y la comunidad está muy convencida de lo que quiere”, apunta Mónica Ponce, de la Federación de Organizaciones de Base (FOB), espacio que apuntala esta digna lucha.

Organizarse para curar el territorio
Sebastián Elcano está a más de 180 kilómetros al noreste de la ciudad de Córdoba, en cercanías del Cerro Colorado. Área que fue históricamente campesina y que pasó en las últimas décadas a ser parte del llamado ‘corrimiento de la frontera agrícola’ o ‘pampeanización’. En los hechos, la zona sucumbió al ingreso a gran escala de monocultivos de exportación --soja y maíz transgénicos--, uso masivo de plaguicidas, desmontes y desalojos campesinos. La resistencia de la abuela Ramona Bustamante es un emblema de esta área, un caso que llegó a ser conocido en otras partes del mundo.
La cartografía del poblado, donde desde hace más de dos décadas gobierna el radical Pedro Bonaldi, se vio alterada en los últimos dos meses a partir de la instalación de una carpa en el espacio público. Un nuevo eje de energía política de desplegó para disputar sentidos, prácticas que parecían intocables, y en definitiva, para cambiar la forma de concebir el territorio. Reuniones multitudinarias y acciones directas son los frutos de un reclamo que se fraguó a fuerza de dolores y hastío a lo largo de años. “Paren de fumigar el pueblo”, se escucha en las calles, las casas, y en la escuela.
“En un plenario de la organización, las madres pusieron como tema principal de preocupación las constantes fumigaciones, y la situación de salud de la población vinculada a estas prácticas. Entonces nos planteamos ponernos firmes, porque ya el año pasado presentamos una propuesta de ordenanza pero no pasó nada”, apunta la miembro de la FOB. En concreto, el colectivo reclama que se aleje todo tipo de aplicación de agroquímicos a 1500 metros del límite del casco urbano cuando se haga con maquinaria terrestre, y a 3000 metros cuando se trate de aplicaciones aéreas. La actual legislación provincial permite por ejemplo liberar glifosato con máquinas terrestres en el propio borde urbano. Desde el acampe solicitan también que se erradiquen de la zona poblada los depósitos de acopio de los químicos, y los galpones donde se guardan las máquinas aplicadoras.
Patricio, un vecino que adhiere a la causa, plantea que “realmente es muy difícil avanzar en acuerdos con sectores que durante más de veinte años hicieron este tipo de producción, nunca nadie les dijo nada, y todo fue avalado por el poder político, entonces hay como mucha prepotencia”. En ese contexto, siente que “es admirable lo que comenzaron las mujeres porque se parte desde ese escenario, donde la comunidad tenía como normal que a toda hora en cualquier parte del pueblo hay que estar respirando venenos”. “Lo que vino a hacer esta lucha es romper toda esta normalidad”, enfatiza este docente.

Cuidado comunal como acción política
Sin quedarse estáticas frente a la falta de respuestas de las autoridades, las mujeres organizadas, junto a sus compañeros, decidieron no sólo montar la carpa sino darse una forma de control comunal de las aplicaciones. Una y otra vez salen a la búsqueda de las máquinas fumigadoras que ingresas por el centro del pueblo o de aquellas que están aplicando venenos a la vera de las casas, a veces incluso de noche y a escondidas. “Estamos alertas en varios barrios, paramos los ‘mosquitos’ (máquinas fumigadoras terrestres), y en algunos casos bloqueamos la salida de los campos porque se querían escapar, sabiendo que no estaban haciendo las cosas bien”, describe sobre el accionar comunitario, Mónica Ponce. Ante estas situaciones, las vecinas y los vecinos organizados retienen la maquinaria, llaman a la policía y solicitan que se labren actas que constaten que las aplicaciones de agroquímicos se realizan fuera de toda normativa. Así, asegura Mónica “ya se lograron más de veinte intervenciones”. “Un problema que tenemos es que la policía labra el acta, pero no puede secuestrar los mosquitos porque no tienen dónde dejarlo que no sea en el propio centro”. En algunos casos, la propia comunidad escolta a las máquinas en caravana, a bocinazos, hasta que las echa del pueblo.
Este modo de actuar del colectivo local no puede entenderse sin dar cuenta de “la crítica situación sanitaria que tiene la zona, donde hay muchos niños con enfermedades respiratorias, y muertes por cáncer en cantidad que llaman la atención”, explica esta mujer. Como complemento, Patricio señala que “la situación sanitaria es bastante desastrosa por la absoluta falta de control sobre el tema, porque se fumiga con viento, con cualquier temperatura, en cualquier lugar”. Luego de un reciente encuentro con las Madres de Barrio Ituzaingó Anexo de la ciudad de Córdoba, organización referente en la lucha contra las fumigaciones y emblema del armado de relevamiento sanitario populares, desde el acampe se proponen iniciar un mapeo de la situación de la salud colectiva del pueblo. “Las madres de Ituzaingó nos enseñaron de su historia, y ya que desde el Estado no se nos acompaña vamos a relevar nosotras las causas de muerte y las distintas enfermedades que hubo en los últimos años, según cada barrio”, agrega esta mujer, decidida a transformar el territorio que habita en un espacio más digno para la vida. Desde el acampe, Mónica dice con total claridad: “vamos a levantar la carpa cuando se cumplan los pedidos, cuando esto verdaderamente cambie, no tenemos una fecha para irnos porque todas las compañeras estamos muy convencidas de la lucha que estamos dando, que es por la salud de la comunidad y por un pueblo sin venenos”.
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