Una selva a pasos de La Plata



Una selva a pasos de La Plata

Fecha de Publicación
: 15/03/2016
Fuente: Clarín
Provincia/Región: Buenos Aires


Los tentáculos de la selva marginal más austral del mundo recubren parte de la costa bonaerense, muy cerca de La Plata. En sus 6 mil hectáreas cubiertas de vegetación, la Reserva Natural Integral Punta Lara –creada en 1943– es el refugio de más de 800 plantas vasculares, más de 300 especies de aves, 40 variedades de mamíferos, 25 clases de anfibios y reptiles, además de centenares de insectos.
Este refrescante páramo de biodiversidad está conformado por distintos ecosistemas (como pajonal, espinal, campo, laguna y selva marginal), extendidos a orillas del Río de la Plata en los partidos de Ensenada y Berazategui. El trayecto de 600 metros de un sendero de interpretación ambiental sugiere un imperdible circuito guiado, que permite apreciar parte del paisaje que rodeaba a los pobladores originarios hace más de cinco siglos. En la playa asoman las tonalidades verdes del juncal, un grueso manojo que constituye una defensa natural contra las crecidas. A unos pasos, esa función clave es reforzada por los portentosos árboles alineados en el matorral ribereño: acacias, sarandíes, palos amarillos, caliandras y retamos se encargan de atajar la carga de sedimentos ararastrada por el agua amarronada.
Los primeros sonidos de la fauna costera empiezan a escucharse en el pajonal, en cuyo manto de paja brava convive sin tensiones una multitud de carpinchos, nutrias y aves. Ya en el siglo XVI describía estos “pantanos infranqueables” Ulrico Schmidl, considerado el primer cronista del Río de la Plata.
Mucho más atrás en el tiempo, esta zona fue parte de los dominios del mar, cuyo paso dejó una barrera de albardones y el subsuelo seco de conchilla, el basamento que sostiene las raíces de tala, coronillo, espinillo y molle. La caminata continúa entre bañados y lomadas, hasta que la maraña de la vegetación se descorre y toma forma el inabarcable horizonte de la pampa, salpicado de pastizales y lagunas removidas por patos, gallaretas, espátulas y cuervillos. También chorlos y gaviotines encuentran un lugar adecuado para descansar.
A la altura de las barrancas elevadas junto a los arroyos, el camino ingresa en la sombría atmósfera de la selva marginal. La marcha se hace más lenta –condicionada por la desbordante presencia del manto vegetal– y la escena pasa a ser dominada por enormes helechos, telarañas suspendidas entre troncos y ramas, lianas, orquídeas, claveles del aire y el cactus lombriz. La oscuridad se disipa unos 600 metros más adelante, donde el pastizal expone su profusa cabellera amarillenta bajo el sol y el cielo despejado. Atrás, la galería enmarañada de la flora no deja de despedir sus melodías y perfumes, dos buenas razones para que los visitantes opten por desadar sus pasos y estiren el paseo.
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