Aborígenes condenados al hambre

Aborígenes condenados al hambre

Fecha de Publicación: 20/08/2009
Fuente: La Voz del Interior
Provincia/Región: Nacional


En un país que produce alimentos para 330 millones de personas y en una región rica en petróleo y gas, las comunidades aborígenes del norte argentino siguen padeciendo el flagelo del hambre.
El 2 de julio último murió Bartolomé, un niño de 2 años de edad, en el hospital de General Mosconi, provincia de Salta. Pertenecía a una comunidad de aborígenes wichis. Ésta se asienta desde tiempos ancestrales en una zona donde se encuentra una de las dos reservas de gas y petróleo más grandes del país, con 29,9 millones de metros cúbicos de petróleo y 161.748 millones de metros cúbicos de gas, que aprovisionan a varias provincias de nuestro país y a Chile y Brasil.
Salta pertenece, por cierto, a la República Argentina, un país que produce alimentos para 330 millones de personas. Eso en teoría, según el modelo kirchnerista que proclama desde hace seis años su decisión de mejorar la distribución del ingreso y mejorar la mesa de los argentinos.
Pese a los hidrocarburos y a los alimentos, y pese a la protección de la mesa de los argentinos, como afirma con frecuencia la presidenta de la República, Bartolomé murió por "deshidratación grave como consecuencia de un cuadro de desnutrición". Es claro que el pequeño aborigen argentino murió de hambre.
A poca distancia del mismo hospital, dos miembros de la misión wichi Nueva Generación agonizan de hambre, tirados en un desvencijado colchón y a la intemperie. Son Julia Barrios, de 33 años de edad, y su bebé de cinco meses. La paciencia de las comunidades aborígenes parece haber llegado a su fin.
Sus dirigentes advirtieron durante el reciente fin de semana: "La vida de nuestros hijos no se negocia. Hacemos responsables a las autoridades por cualquier otra muerte evitable que ocurra entre nuestros hermanos. No vamos a permitir que se nos muera un solo chico más de hambre, porque si esto ocurre, vamos a volar el gasoducto que pasa debajo de nuestras tierras y que se lleva las riquezas de nuestro subsuelo a razón de 30 millones de metros cúbicos de gas por día".
La advertencia acerca de la voladura del gasoducto se vincula con el proyecto argentino-boliviano de construir un gasoducto que cruzará Salta, Formosa y Chaco, hasta llegar a Santa Fe. Un proyecto con un presupuesto de 1.700 millones de dólares, que, al decir de las comunidades, les producirá mayores perjuicios. Por ello, anunciaron: "Tomamos la válvula cuatro del poliducto que pasa por debajo de nuestras tierras, para que nos reconozcan como los legítimos propietarios de estos terrenos, que pertenecieron a nuestros ancestros".
Esta amenaza no provoca, al parecer, preocupación alguna en Isidro Ruarte, intendente de General Mosconi, quien afirmó a un medio de la Capital Federal que los wichis y los tobas "son vagos. El problema –dijo– no es el hambre. Es mentira que estos aborígenes estén desnutridos; lo que pasa es que la gran mayoría no quiere trabajar porque son vagos y tienen problemas con el alcohol. Si usted les da mercadería, ellos la venden para comprarse vino, en vez de dársela a la familia".
Sostuvo, además, que se entregan 15 mil pesos mensuales a las comunidades, "pero ellos –agregó– no compraron ni una pala para trabajar la tierra; muchos le tienen alergia al trabajo. Son 10 caciques que se pelean para quedarse con la plata. Como si fueran pocos, cada vez son más, tienen muchos hijos que no pueden mantener; las chicas, a los 12 años, ya quedan embarazadas, porque no se cuidan".
De Ruarte, aliado del gobernador Juan Manuel Urtubey, se recuerda que en abril último sugirió una especie de "limpieza étnica" de los aborígenes, porque convocó a la población de General Mosconi a realizar una "limpieza total" de las organizaciones sociales, de cuyos miembros afirmó que eran "sediciosos, vagos y drogados". Un discurso que, queriéndolo o no, prolonga en el tiempo los innobles estereotipos de la época colonial.
Peor todavía, esto ya no tiene ecos coloniales, porque recuerda bastante a los estereotipos del discurso de la dictadura militar. En cierto modo, algunos políticos norteños siguen ejerciendo una especie de coloniaje sobre los explotados y marginados de esas tierras.

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